SEGUNDÓN. 04 DE NOVIEMBRE DE 2021.

Siempre he tenido la sensación de que no soy la prioridad de nadie. Tengo muchos amigas.

(Sí, en femenino. Se me da mejor relacionarme con mujeres que con hombres y, aunque tengo amigos hombres, mi círculo más íntimo está formado por mujeres, así que voy a empezar a utilizar el femenino cuando hable de mis amistades, que tiene más sentido).

Todas mis amigas son maravillosas, personas estupendas que me quieren y me valoran pero que, como es normal, tienen otras prioridades en la vida.

También tengo muchos proyectos. Algunos individuales, otros en grupo. Pero la mayoría de los proyectos que tengo en grupo son la última prioridad, o eso siento yo. Me da la sensación de que en estos proyectos la gente hace planes para el resto de aspectos de su vida y, si les queda algún hueco, ya contamos con tiempo para el proyecto común.

Me pasan incluso con mi familia… Siento que solo me buscan cuando necesitan que haga algo, cuando quieren algo de mí.

Incluso en el ámbito profesional me siento así: se me valora mucho y se aprecia mi esfuerzo, pero si hay que tener en cuenta a alguien para ofrecerle mejores condiciones, yo no soy la primera opción.

Soy (o me siento), el eterno segundón. La persona con la que contar cuando otros han fallado, o la persona de la que aprovecharse, o la persona a la que dedicar el tiempo que me sobra de la semana para cubrir expediente.

Seguramente todos estos sentimientos que me hacen creerme el segundón sean cuestión de perspectiva, puesto que siempre hay opción de ver las cosas de la manera inversa ( por ejemplo: quizá no soy el segundón y soy la persona a la que, a pesar de no tener tiempo, le busco un hueco por pasar un rato juntos).

El caso es que yo me siento el segundón. Siento que nunca mis proyectos, anhelos o necesidades son prioritarias para nadie. Que todo el mundo me deja para lo último y que, a pesar de que yo muera de ganas por algo, no acaba de materializarse porque la ayuda que necesito de los demás nunca llega. Puede ser una cuestión de tener expectativas demasiado altas, una cuestión de mal enfoque o una cuestión de que yo tengo más prisa que los demás.

El caso es que siento que todo en mi vida va muy lento, que estoy atrapado en un círculo del que no puedo salir y que la vida se me escapa de las manos. Los días me vuelan sin que pueda escribir todo lo que quiero, sin que avance en los proyectos que planteo y sin que nada se materialice. Vivo esperando a que los demás me dediquen tiempo, pero como buen segundón siempre hay algo más importante que hacer y ese algo no es nada relacionado conmigo.

Pero es que, además, también tengo la sensación de que yo hago lo mismo con mi decisión de vivir de escribir. Siempre hay algún fuego que apagar, una obligación que atender o otro proyecto que me exige más prioridad. Al final, entre redes sociales, reuniones poco productivas, trabajo, familia, amigos, enfermedades, tareas domésticas y un sinfín de historias más, nunca puedo escribir.

Vivo, en todos los aspectos de mi vida, en un continuo “tengo que”: tengo que arreglar este problema de casa, tengo que ir a esta cita médica, tengo que quedar con tal persona, tengo que programar redes sociales, tengo que pensar ideas, tengo que organizar este proyecto (que nunca verá la luz)…

Puede ser que, una vez más, la necedad me esté dominando. Puede que yo me vea y me sienta un segundón, pero la realidad sea distinta. Puede que el hecho de que la escritura sea mi propia segundona no sea más que el reflejo de que el impostor, o la página en blanco, o el bloqueo del escritor están volviendo a ser un problema para mí…

No lo sé, pero lo que tengo claro que es una sensación que no me gusta. Y la quiero cambiar ya. No mañana, ni dentro de un mes… Creo que la solución está en que si nadie me considera la primera opción, entonces yo tenga que ser el que dé el paso de considerarse a sí mismo como ÚNICA opción.