Hace algo más de dos meses que mi madre murió a causa de un cáncer. Para los que no lo hayan vivido de cerca, el cáncer es una enfermedad extrema. Por supuesto, el que más sufre es el enfermo, pero como en la gran mayoría de problemas de salud, su terrible poder salta de familiar en familiar, complicando todo y haciendo de cada día un reto. Cuando trabajas, ese reto se multiplica. Atender a una persona enferma de cáncer, en estado terminal y totalmente dependiente ya es un trabajo. El peor que puedes tener. No por lo que supone, que al fin y al cabo no deja de ser estar cerca de una persona que te necesita y a la que amas. Es el peor trabajo porque no sabes hacerlo, ni puedes aprender en cuestión de días. Concretamente, la enfermedad de mi madre, llamada mieloma múltiple, es terriblemente compleja. Un mal movimiento y los huesos se le podían romper, por lo que atender a una persona en esas circunstancias es terriblemente complejo. Por supuesto, no es una labor que puedas hacer solo, y mucho menos si tienes un trabajo de verdad, de esos en los que si faltas te despiden y si lo haces mal te quedas sin sueldo a final de mes. Esa es la parte buena de “trabajar” cuidando a tu madre: a pesar de que fallamos cientos de veces, ella siempre respondió con amor y agradecimiento.

Cuando la enfermedad avanza, llega un punto en que es imposible que sigas solo. Compatibilizar tu trabajo, con médicos, quimios, radioterapias, estudio y con tratar de no perder la cabeza se convierte en un reto. En mi familia, por suerte, hemos podido pasar mucho tiempo organizándonos…pero llegó un día en que ya no podíamos más. Llegó un día en que la enfermedad alcanzó tal límite que a los huesos rotos se fueron sumando muchas otras complicaciones, y cuando el enfermo no puede hacer nada por sí mismo, empieza a sufrir por sus cuidadores. Sí, mi madre sufrió de ver los problemas que mi hermana empezó a tener en el trabajo para “conciliar” su vida familiar con la laboral. Mi madre sufrió al ver que mi hermana solicitaba una excedencia para ayudarnos más de lo que ya estaba ayudando, porque éramos incapaces de aguantar mucho más. Pero especialmente, mi madre sufrió cuando a mi hermana, personal laboral de una administración pública, que debería ser ejemplar en estas cuestiones, se le denegó la excedencia porque se suponía que, con mi presencia, era suficiente.

Créame, ojalá hubiese sido suficiente. Ojalá no hubiésemos llegado a ese punto. Mi hermana ha intentado durante meses que se le diesen cambios de turnos, permisos para poder seguir organizándonos, incluso una excedencia. Nada bastaba. El cáncer no para, el cáncer no entiende de problemas en el trabajo, ni de retrasos en las citas de la consulta del médico. El cáncer no entiende que yo, el “cuidador principal” tuviese un brote tras otro de colitis ulcerosa y no pudiese tirar de mi cuerpo. No entiende de denegaciones de excedencias. El cáncer no entiende de las necesidades de nadie, ni de los problemas como la ansiedad o la depresión que puede llegar a causar en los familiares y en los enfermos. El cáncer no entiende de nada. Una vez que ya no hay más tratamiento, el cáncer de lo único que entiende es de muerte.

Los enfermos y los familiares de cáncer no necesitamos que el Ministro del Interior, que quiero creer que nunca fue consciente de los problemas de mi hermana en el ministerio que él dirige, se haga una foto para apoyarnos. Los enfermos y familiares de cáncer necesitamos que las empresas y, en especial, las administraciones públicas sean ejemplares. Habrá mil razones para que a mi hermana le denegasen la excedencia (laborales, económicas o cualquier otra). Pero hay una única razón, de mayor peso, para que se la hubiesen concedido: una sociedad se mide por cómo trata a aquellos que no pueden defenderse y cuidarse por sí mismos. Cuando la sociedad pasa a primar otros intereses antes que los de las personas, es que es una sociedad podrida.

Por suerte, no toda la sociedad es así. Mi hermana tuvo problemas en su trabajo, quizá por la falta de humanidad de sus jefes directos y no por causa del Ministro del Interior que hoy se hace una foto para apoyar a los enfermos de cáncer y sus familiares. Yo, en cambio, tuve compañeros (casi todos) y jefes muy humanos ( y la suerte de, tras años de trabajos precarios, conseguir uno que me permitiese vivir y haber podido dedicar gran parte de mi tiempo a cuidar a mi madre enferma). Pero ¿no debería ser la regla?

No sé si el nuevo gobierno arreglará este tipo de cuestiones, lo que sí sé es que lo que nosotros hemos sufrido no se lo deseo a nadie. Ni a los jefes de mi hermana, a los que guardo un profundo rencor por su falta de humanidad con mi familia. Tampoco al Ministro del Interior, a pesar de no arreglar los gravísimos problemas de personal de su ministerio. Me da igual lo que diga Bruselas, lo que digan los presupuestos, o lo que diga la crisis económica o el techo de gasto. Me importa un bledo las mil excusas que puedan poner. Las administraciones públicas deben ser ejemplares y ser las primeras en ser consecuentes con expresiones tan chulis como “conciliación”. Es imposible que los trabajadores de la Sanidad Pública concilien sus vidas personales con las profesionales cuando hay un déficit terrible en los hospitales de todo tipo de empleados. Es imposible que, en muchas otras administraciones, los trabajadores puedan cuidar a hijos, enfermos o dependientes si en lugar de contar con la plantilla establecida en la Relación de Puestos de Trabajo se cuenta con la mitad.

Dejen de mentir. Trabajen. Si quieren hacer algo por los enfermos de cáncer y sus familias, cubran las plantillas de los hospitales y centros de salud, cubran las plantillas de las administraciones públicas que están bajo mínimos. ¿No hay dinero? ¿Esa va a ser su respuesta? Tranquilos, tengo la solución. Dejen ustedes de cobrar y con el sueldo de cada uno de los políticos de este país, contraten a un médico, un investigador o un español de a pie sin recursos. No, no pretendo que mueran ustedes de hambre, ni les deseo ningún mal. Solo quiero que vivan en sus carnes lo que pasan muchas familias españolas en su día a día. Vayan ustedes a una sala de quimioterapia. Por ejemplo en el Hospital Virgen de las Nieves, en el que muchas semanas varios enfermos de cáncer se quedan sin su tratamiento. Pidan cita para su centro de salud público, pero pídanla con tiempo, porque necesitarán una previsión de varias semanas para que la reducida plantilla de su centro pueda atenderles. O mejor, vayan a urgencias, a que el personal sanitario que llevan trabajando 20 horas les atienda y no cometa un error porque tras horas viendo un paciente tras otro vea las letras de su historial borrosas.

Como sociedad estamos perdiendo la cabeza. ¿Quieren ustedes ayudar a los enfermos? Trabajen. Escuchen a asociaciones como Justicia por la Sanidad, con propuestas y planteamientos reales para solucionar los problemas de la gente. Dejen las ruedas de prensa absurdas, las cortinas de humo, las rencillas políticas, el baile de sillones. ¿Quieren ustedes ganar elecciones? Trabajen. Porque si ustedes hacen su trabajo, la gente sabrá verlo. Y si no lo ven, y pierden ustedes las próximas elecciones, les diré un secreto: no pasa nada, la vida seguirá. A nuestro presidente le preocupa mucho dormir bien por las noches, y no hay nada mejor para dormir bien por las noches que irte a la cama sabiendo que has hecho todo lo posible para hacer tu trabajo bien.

Mi hermana y yo lo intentamos todos los días, antes de morir mi madre y después. Ella nos enseñó que con trabajo y amor por lo que haces, las cosas saldrán o no, pero al menos dormirás tranquilo por haberlo intentado. Mi hermana, de hecho, ha tratado de hacer bien su trabajo incluso con la mitad de la plantilla, con las historias tan duras que veía en su día a día, y estando mi madre en estado terminal. Si ella ha podido, hasta llegar a tener problemas de ansiedad por la falta de comprensión de la administración pública, fíjense lo mucho que podrían ustedes conseguir si abren las puertas de sus despachos para escuchar a la gente que tiene algo que decir.

Si quieren ayudar a la gente, déjense de historias y escuchen las necesidades de la población, sean ejemplares en el trato a los empleados públicos, arreglen nuestra necesaria sanidad pública… En definitiva, trabajen.