De todos los reinos que forman Ma’oz, las Tierras Imperecederas son, sin duda, uno de los que más ha sufrido.
Situado en mitad del desierto, años atrás era habitado por tribus nómadas que habitaban en el desierto. Deambulaban por él y lo conocían como la palma de su mano. Una de esas tribus era conocida como los Omás. Eran numerosos, sabios y tremendamente fieros. Fue uno de sus líderes, conocido como el Gran Ataraj Pari Dorel, el que comprendió que si lograban dominar al resto de tribus serían más fuertes.
Primero dominaron a los Uritíes del Sur, más tarde a los Véndalos en el Norte, luego caerían los Yukari, los Jaritas y los Shaleias. Poco a poco, las tribus del desierto se rendían o se unían a su causa, organizándose y creciendo sin parar. Los últimos en unirse a los Omás fueron los Duníes, otra de las tribus más poderosas. Acordaron extender los dominios tribales más allá del desierto, y fue entonces cuando el esplendor de las Tierras Imperecederas alcanzó su cénit.
Llegaron al mar, donde fundaron la ciudad portuaria de Dalarai, que pronto comenzaría a comerciar con lejanos reinos de los que importaban lujosos productos, al tiempo que vendía la codiciada seda de Amarelo, que aislaba a la perfección de la temperatura y que se adaptaba al color del entorno cuando se deseaba. Alcanzaron los Bosques de Nalea, que los elfos protegían con bravura. Nunca llegaron a conquistarlos, ni tan siquiera lo intentaron. En cambio, entablaron una alianza con los elfos mediante la que ambos reinos juraban protegerse en caso necesario. Conquistaron las tierras que hoy pertenecen al Sultanato de Ciudad Encendida, e incluyeron a las amazonas en su alianza con los elfos. Avanzaron hacia el Norte, sometiendo a duras penas a los habitantes de las praderas.
Fue entonces cuando comenzó su declive. En esas tierras, las antiguas rencillas entre tribus resurgieron. Mientras que unos deseaban someter las tierras conquistadas y repartir los dominios, otros apostaban por establecer provincias libres que pagasen un impuesto a cambio de la protección de las tribus. Las desavenencias no pararon de crecer, y muchos de los habitantes de los reinos conquistados comenzaron a sublevarse y a luchar por su libertad.
Esto provocó un gran enfrentamierto entre Pari Dorel y sus hijos, lugartenientes de los Omás, y la poderosa familia de los Duníes. Tras ser incapaces de llegar a un acuerdo, los Duníes regresaron al desierto, estableciéndose en la que era la ciudad más importante, Teramundi.
Por su parte, los Omás siguieron luchando en las tierras conquistadas, pero poco a poco las tribus fueron abandonándolos y uniéndose al estable reino creado por los Duníes, con capital en Teramundi.
Los Omás por su parte, fueron expulsados del Sultanato de la Ciudad Encendida, en el que varias familias se habían unido para formar un reino independiente y expulsar a los invasores. En las praderas, los habitantes sometidos iniciaron una guerra de guerrillas que fue poco a poco minando a los invasores, haciendo que poco a poco volviesen al desierto.
Humillados y solos, los Omás se negaban a resignarse a volver a su oscuro pasado de arena y sol abrasador, por lo que enviaron emisarios a los Duníes para establecer un nuevo acuerdo que les permitiese mejorar su situación.
Nadie sabe bien cómo ocurrió, pues hay tantas historias como arena en el desierto. Unos dicen que en esa reunión la tensión fue creciendo hasta que los Duníes fueron los primeros en atacar. Otros, que fueron los Omás los que, cegados por la envidia y el rencor, desenvainaron primero.
Lo que sí se sabe es que nunca llegaron a un acuerdo y que, fuesen unos u otros, las negociaciones se tornaron un baño de sangre en el que varios hijos del Gran Ataraj Pari Dorel y el rey de los Duníes, Dar Abu I, acabaron muriendo apuñalados.
Entre ambas familias se inició una guerra sin cuartel que duraría años. Fueron muchos los que murieron y mucho lo que se perdió, hasta que el Emperador Daroul, tío de la Emperatriz Dunia, logró firmar un acuerdo de paz mediante el que se cedía una parte del desierto a los Omás, en la que el Imperio no tendría poder y que se regiría por sus propias leyes, mientras que ante el Concilio sería Daroul el único representante, siendo obligatorio para los Omás acatar lo acordado en los Concilios de Ungidos y Regentes. Además, ambos bandos se comprometían a no agredirse e, incluso, a socorrerse en caso de ataque exterior.
Muchos mostraron su descontento en ambos bandos ante dichas concesiones, por lo que la paz nunca llegó a ser demasiado estable, dependiendo en gran medida de la buena relación entre el Gran Ataraj Ueor y el Emperador Daroul.
Tras la muerte de ambos, la paz entre los Omás y el Imperio pende de un hilo…