No sé muy bien a qué se debe, pero hoy me he despertado con ganas de contar algo privado sobre mí. Quizá sea que tras vacunarme me encuentro yo más Moderna, quizá sea culpa de la oleada de fascismo, homofobia y machismo que asola nuestra sociedad, quizá que ya estoy cansado de no ser yo mismo, o sencillamente sea porque lo necesito.

Llevo unos días, desde que ASESINARON BRUTALMENTE a Samuel al grito de “maricón de mierda”, tratando de identificar qué siento sobre todo esto. Además de pena, horror, rabia e indignación, hay otro sentimiento que, si bien me ha costado identificar, es el que más me está afectando: he vuelto a sentir miedo de ser lo que soy.

Hará una semana, o quizá más, vi un extracto de una tertulia en la que participaban Javier Calvo y Javier Ambrossi, en la que el último reflexionaba sobre la importancia de que el Orgullo LGBTQI+ fuese visible para todos. Decía algo así como que era la fiesta de los que no invitaban a las fiestas, que era la reivindicación del derecho de ser libres y amar sin miedo. En un momento de su alegato, Ambrossi dijo algo que me removió por dentro: muchos nacemos desarrollando una personalidad falsa para que no nos peguen, no nos odien…Muchos de nosotros no empezamos a ser nosotros mismos y a vivir con 20, 25 o, como dice Javier Calvo: “20 el que tiene suerte”. (Os dejo el extracto del discurso aquí)

Desde que escuché eso, algo hizo clic en mi interior. A raíz de todas las agresiones que han ido ocurriendo a lo largo de los últimos días, me he ido dando cuenta de que llevo toda mi vida viviendo con miedo, y me muero de rabia por ello.

De pequeño, siempre tuve miedo de que mi familia descubriese que era gay, por miedo a que no me aceptasen y me rechazasen. Cuando me gustaba un chico, lo ocultaba y lo escondía a toda costa, por miedo de ser descubierto. Cuando empecé a salir y ligaba, me sentía mal por hacer lo que era normal en gente de mi edad. Aún a día de hoy, me cuesta horrores relacionarme con hombres, sean heteros o gays, porque es algo que a lo largo de toda mi vida no he podido hacer sin sentir miedo, vergüenza o rechazo. A veces, de hecho, cuando el alcohol se me iba de las manos y hacía alguna tontería, al día siguiente sentía un rechazo mucho más cruel y terrible: un rechazo a una parte de mí que llegaba, en ocasiones, a rozar el asco o la vergüenza por ser quien era. Por las noches, lloraba desconsolado porque en mi interior vivía una lucha terrible entre una parte de mí que quería ser libre, y otra parte que vivía aterrorizada por ser rechazado por su familia. A veces, la desesperación llegaba a tal punto que gritaba con el puño en la boca, o tapándome la cara con un cojín, para que nadie me escuchase. Recuerdo perfectamente que, en un viaje de estudios a Francia, en el que le dije a un chico de clase que me gustaba y me rechazó (con mucha educación y muy buenas formas, todo hay que decirlo), sentí tanto miedo y tanta vergüenza de que se supiese y pudiese llegar a los oídos de mis padres que colapsé. Recuerdo pedirle a una amiga del instituto que me ayudase a morir, que ya no quería seguir viviendo y seguir sintiendo ese dolor y ese miedo tan terribles. Por suerte, en aquel viaje también estaban Esther, Cristina, Ana, Irene, María, Isa, Paloma, Selena, Marién y muchas otras amigas que me apoyaron y me quisieron más de lo que yo me quería a mí mismo. Gracias a ellas y a mucha otra gente que me quiso después sigo aquí. Cuando volví del viaje, recuerdo que la profesora de Francés les dijo a mis padres que yo era muy intenso y tenía muy mal carácter, y mi padre le dijo que sí, que era mi forma de ser. Ese era yo, el intenso con mal carácter, nunca el chico que pedía a gritos que lo aceptasen y lo quisiesen.

He crecido con el freno de mano puesto, no he tenido pareja nunca y he vivido mi vida sexual y sentimental desde el sufrimiento, el miedo, la vergüenza y la no aceptación. Mis relaciones con hombres han sido catastróficas, repugnantes y poco gratificantes. Hasta hace unos años, cuando le conté a mi padre que era gay, me he sentido mal porque creía que la vergüenza y la pena que provocaba en mi entorno familiar mi homosexualidad eran mi culpa, y que si yo guardaba silencio y mi padre, que era el que peor iba a llevar el tema, seguía sin saberlo, conseguiría no provocar dramas familiares innecesarios. Por supuesto, eso no sirvió de nada y, cuando salí del armario, todo fue un drama y lo ha seguido siendo. No me di cuenta hasta muy tarde, con 25 años, de que yo no estaba haciendo nada malo y que si mi padre no aceptaba mi homosexualidad, no era mi problema, sino suyo.

Desde hace unos años, intento recuperar el control de mi vida, quererme más y aceptarme sin complejos. Trato de no dejar que mis inseguridades y miedos me dominen, y lo he conseguido en gran parte de los ámbitos de mi vida, pero no en el sexual/sentimental.

Estos últimos días, con todas las agresiones homófobas que estamos viviendo, he vuelto a sentir el miedo que sentía ese niño que lloraba por las noches, con el cojín en la cara y la pena en los ojos. Anoche, con un grupo de gente maravillosa que he conocido y con los que me siento cómodo y querido, hablaban de sus primeras veces amorosas, y de pronto fui consciente de la cantidad de cosas que me he perdido. Me di cuenta de que ese maricón del que hablaba Ambrossi, que no ha podido empezar a vivir con libertad hasta los 25 años soy yo. Que ese chico que sentía miedo de ser quien era, soy yo. Y me di cuenta de que no quiero serlo más.

Me di cuenta de que quiero ir por la calle de la mano de mi novio (si es que lo tengo algún día, claro, que de momento se me está dando fatal), de que quiero besar en público a mi chico y de que cuando en el trabajo me pregunten quién es mi amigo, diga alto y claro que es mi pareja. Me di cuenta de que no quiero volver a escuchar ningún comentario ofensivo hacia nadie del colectivo, de que quiero celebrar el Orgullo por las calles de Madrid sin que nadie nos señale y de que quiero que se nos respete de una vez. Es más, no lo quiero, lo exijo.

Varios amigos me han contado que sus padres les han pedido que no vayan de la mano con sus parejas por la calle, por miedo a que les agredan, y a todos les digo lo mismo: Que lo intenten. Puede ser que nos insulten por la calle, que nos agredan o que incluso nos maten. Puede ser que intenten quitarnos derechos, asustarnos o amedrentarnos. Pero lo que no van a conseguir es que yo vuelva a ser ese niño asustado que lloraba por las noches en su habitación, en silencio, para no molestar. No van a conseguir que vuelva a encerrarme en un armario oscuro, apolillado y terrorífico. Cuanto más moleste mi visibilidad, más me verán.

La semana que viene es mi cumpleaños, y me voy a regalar a mí mismo dejar de tener miedo de lo que soy. Y si tienen que matarme, que lo intenten, pero no pienso dar ni un paso atrás. Me ha costado mucho sufrimiento y mucho miedo empezar a quererme, y todavía me queda mucho por aprender y por superar, pero lo que no pienso hacer es dar ni un paso atrás.