Hoy he tenido un día de mierda. Y lo cuento no porque crea que le importa a alguien, que ya se que no. Lo cuento porque creo que es necesario hablar de estas cosas. He tenido un día de mierda por una acumulación de agobios varios, desde el trabajo, a problemas familiares, pasando por la facultad, y por mi propio estado de salud. Y ahora, cuando por fin veo que este día acaba, me he sentado a reflexionar y a pensar en todo lo que supone el confinamiento y la pandemia.

Creo que somos imbéciles, y lo digo así, sin paños calientes. Estamos todos tratando de hacer como si no pasase nada, intentando ser igual de productivos o más que cuando trabajábamos presencialmente, siguiendo un ritmo de clases normal o más ajetreado si cabe, tratando de mantener nuestra vida social a través de las redes sociales, de no desatender a nuestra familia y seres queridos, hacer deporte, comer sano, cocinar, mantener la casa limpia, agradecer el esfuerzo del personal de primera línea, al tanto de las noticias, pendientes de si la gente que nos rodea necesita algo, cuidando al extremo nuestra higiene en cada mísera salida a comprar, lavando a conciencia cada producto que entra en nuestra casa, lavándonos de nuevo nosotros, lavando el suelo que pisamos, ventilando la casa, volviendo a lavarnos las manos por lo que pueda a pasar, leyendo noticias de gente necia que dice que Pedro Sánchez nos tiene encerrados porque es el mismísimo Satanás, que Pablo Iglesias es un comunista que pasa la cuarentena en un chalet y si salta la cuarentena cada quince segundos, ue Fernando Simón no sabe dónde tiene la cara, viendo las fotos de Ayuso a lo Bernarda Alba, escuchando las amenazas para no apoyar el estado de alarma, las reclamaciones de los nacionalistas o las propuestas de manifestaciones desde el coche de Abascal, escuchando a un presidente que dice que hay que tender la mano y cooperar, pero leyendo luego un tuit en el que dice su partido que ellos son los únicos que cuidan a los madrileños…

Somos imbéciles. No hemos aprendido nada.

Estoy hasta los cojones, las pelotas, los testículos y los huevos. Me perdonáis, pero es que tengo que soltarlo. Todos hemos incumplido en algún momento el confinamiento, o no hemos sido lo estrictos que deberíamos ser. Todos somos responsables de esto, porque el que más o el que menos ha criticado o hablado de más sin saber de lo que habla. Todos estamos hasta las narices. Y yo ya me rindo. Lo siento por mis responsabilidades, mis obligaciones, la economía, el país y el universo. No puedo seguir pretendiendo que no pasa nada y que puedo trabajar y rendir al mismo ritmo de siempre, porque no puedo. Y no puedo porque me puede el miedo, la ansiedad y la incertidumbre. Antes podía trabajar 4 horas y rendía como si fuesen 10, ahora echo 10 y parece que he trabajado 15 minutos, pero no lo puedo evitar. No soy un héroe, ni una máquina. No puedo parar de pensar: pienso en que el turismo me da de comer, pero que, por segunda vez en mi vida laboral, voy a tener que hacerle frente a una crisis. La primera me pilló en casa, con mis padres. Ahora tengo 30 años, vivo solo y por desgracia mi madre ya no está, aunque tengo la suerte de tener a mi padre. No puedo parar de pensar en mis amigos: algunos en el paro, otros en el extranjero, solos y lejos de su familia, otros en ERTES. No puedo parar de pensar en mi familia, en sus problemas, enfermedades, miedos y en que los echo de menos. No puedo para de pensar en todo lo que tengo que hacer, en que ahora no es momento de quejarse y en que si los sanitarios pueden, el resto tenemos que poder también. Y eso me crea más tensión y me agobia más. No puedo parar de pensar en la gente necia que cree que esto es un montaje, que nuestros derechos se están viendo afectados y que tenemos derecho a salir a la calle. No puedo para de pensar en que, sinceramente, me importa una mierda no poder salir a la calle, aunque lo esté deseando, pero si que yo me quede encerrado hace que no muera uno de mis vecinos, a la mierda mis derechos, porque no soy nadie para poner en riesgo la vida de los demás. No puedo parar de pensar en que, aunque he dicho eso, necesito tomarme una cerveza con mis amigos, porque antes desconectaba con ellos y liberaba la tensión en un bar, un paseo o el cine, pero ahora ellos son el cine, y los veo detrás de la pantalla. No puedo parar de pensar en que necesito verlos, meterme con ellos, que se metan conmigo, beber de su vaso porque a mí ya no me queda cerveza ni dinero para pedirme otra y reírnos hasta que duela la barriga. No puedo parar de pensar que esos pensamientos son egoístas e irresponsables, y que esas sensaciones tardarán en volver.

No puedo ni quiero seguir fingiendo que no pasa nada, que todos somos superhéroes y que os adaptamos a la nueva realidad. No puedo, no quiero y no creo que sea sano. Tengo miedo, estoy acojonado, me siento solo, echo de menos la gente, la vida, a mis turistas y mis mapas. Echo de menos las clases infumables de dos horas, el bus 8 tan lleno que no puedes respirar y pelearme con la gente por un hueco en un bar. Echo de menos no poder andar por la calle de la cantidad de gente que hay, el ruido que hay en las calles de mi Graná y pasear sin miedo a no tener la distancia de seguridad. Tengo miedo por el futuro, estoy cansado y aburrido de que en este país todo sea gresca, conflicto, acusaciones y bolas de mierda. Estoy cansado de los políticos, me aburren, me parecen patéticos y si escrúpulos en su mayoría. Al mismo tiempo, me dan pena Sánchez, Ayuso, Almeida, Iglesias, Moreno y todos y cada uno de los políticos, sanitarios, cajeros, transportistas y demás personal de primera línea, porque no me puedo imaginar lo que tienen que llevar encima. Me da pena hasta Abascal, que si en esta situación no puede dejar a un lado su odio, creo que no podrá nunca. Pero si hay alguien que me da pena y al que compadezco, es a Fernando Simón, al que no conozco de absolutamente nada. No sé quién es, si lo está haciendo bien, mal, si la está cagando o si lo está haciendo genial. Me da pena por la responsabilidad que tiene, por la cara de cansancio, por lo que tiene que aguantar, por el esfuerzo que hace y porque me parece un hombre entrañable. Me da pena todo, estoy hasta los cojones y me da pereza que todo lo que se diga o se haga en este país signifique gresca, conflicto o bronca.

No quiero seguir fingiendo que todo está normal, ninguno lo estamos. Estamos todos desbordados, desquiciados y pa tomar orfidales como si fuesen pipas. Y dicho esto, mañana me levantaré, trataré de seguir adelante con todas mis obligaciones, clases, trabajos, entregas, familia, amigos, deporte, limpieza, aplausos, aficiones y demás historias para llevar una cuarententa sana, pero sin perder de vista que esta situación no es normal, y que actuar como si lo fuese es de ser inconscientes, y eso sí que no tiene vacuna.