Hace una semana que no estás con nosotros… Una semana, aunque a mí me han parecido años. No sé muy bien qué decirte, la verdad. Ni siquiera sé cómo me siento. La gente me pregunta que si necesito algo, que si estoy bien…La verdad, no lo sé. Voy por el mundo vagando, como levitando. Me veo desde fuera pero no soy consciente de lo que pasa a mi alrededor, de lo que la gente me dice, ni de si respiro. Cuando me preguntan que necesito, digo que nada, que todo está bien. Respondo eso porque lo único que necesito nadie puede dármelo: tu abrazo. Te extraño a cada segundo, pienso cada día cientos de veces en ti, en si lo hice bien, en si fuí un buen hijo, en si te besé tanto como merecías o en si te di más preocupaciones de las necesarias. Me dijero que trate de recordar los momentos felices a tu lado, pero hasta en eso el cáncer me ha ganado. Me paro a pensar, y me cuesta recordar un momento en el que estuviésemos juntos y el cáncer no me preocupase. Los hubo, eso lo sé, pero no consigo encontrarlos. Te echo tanto de menos y necesito tanto tu voz y tu abrazo que soy incapaz de pensar. Intento llorar, y estoy tan devastado que no encuentro la fuerza. Pienso en ti y solo encuentro pena, enfado, rabia y soledad. Me siento culpable, por no haber sabido hacerlo mejor, por no haberte convencido de seguir con tu tratamiento o por no haber pasado más tiempo contigo. Sé que es absurdo, que nada de lo que yo hubiese hecho habría logrado salvarte, pero no puedo evitar machacarme. Ya sea por no haberte dado más besos, abrazos y alegrías, por haberte preocupado o enfadado más de la cuenta, o por no haber entendido mejor tus necesidades. Sé que habría dado igual, porque por mi forma de ser, nunca habría bastado y siempre volvería el cargo de conciencia.

Ha pasado una semana sin ti, y cada vez me doy más cuenta de lo solo que me he quedado. No, no te preocupes, toda la familia está ahí, todos me cuidan y están atentos, pero ellos no son tú.

Nadie sabe ser tú, y yo he olvidado quién era yo antes del cáncer. Echo la vista atrás y solo recuerdo hospitales, fracturas, medicamentos, inyecciones, pruebas diagnósticas, sillas de ruedas, morfina y parches para el dolor. Cierro los ojos y escucho tu respiración agitada de los últimos días y no paro de oir una y otra vez la misma pregunta en mi mente “¿sufriste?”. Todos me dicen que no, pero yo tengo tanto pánico de haberte fallado en ese último momento en el que me dijiste que querías irte sin dolor que la angustia me mata.

Papá me dice que no entiende mi actitud, que no comprende que siga queriendo vivir solo y, la verdad, yo tampoco entiendo nada. No sé quién soy, no sé entiendo cómo he llegado a donde estoy, no sé si cada decisión que he tomado desde que te diagnosticaron el cáncer ha sido un error. Llevo años como un pollo sin cabeza, tratando de encajar la vida como podía para no dejarme arrastrar y estar a tu lado, y tú ahora te has ido. Y ahora ¿qué hago yo, mamá? ¿Quién soy? ¿A dónde voy? No, no te sientas culpable, tu no has hecho nada. Simplemente he sido yo, que nunca he sabido buscar un camino que estuviese lejos del tuyo, y ahora te has ido a un lugar en el que no puedo seguirte, y eso me mata de pena. Te echo de menos, mamá. Me duele tanto echarte de menos que casi no puedo respirar.

Cuando la gente me pregunta qué necesito siempre pienso que te necesito a tí, pero que ya nunca volverás. Tengo miedo, terror, tristeza, soledad, agonía, me siento desamparado, abandonado y perdido. Ahora necesito descansar, y aprender a echarte de menos cada día un poquito menos.

No sé si seré capaz de lograrlo, lo único que espero es que, aunque nuestros caminos hoy estén separados, algún día volvamos a encontrarnos y pueda volver a abrazarte. Hasta entonces, trataré de encontrar de nuevo recuerdos bonitos junto a ti, y trataré de descubrir quíen soy y qué sentido tiene mi vida ahora que tu no estás. Llevará tiempo, pero espero lograrlo.